El 3 de diciembre de 2008 la banda terrorista ETA asesinaba a tiros en Azpeitia (Guipúzcoa) al empresario de la construcción IGNACIO URÍA MENDIZÁBAL. La víctima se dirigía a la cafetería donde diariamente jugaba al tute con sus amigos. Nada más aparcar su vehículo en las inmediaciones de la misma, dos terroristas lo acribillaron a balazos.
Los autores del atentado dispararon tres tiros contra Uría, que recibió dos impactos de bala. Al menos uno de los disparos le alcanzó en la cabeza provocándole la muerte en el acto. Pese a ello, los servicios sanitarios que acudieron al lugar de los hechos intentaron reanimar al empresario en la misma Plaza Ignacio de Loyola.
Los dos terroristas habían robado un coche en el alto de Itzíar, reteniendo a su conductor y atándolo a un árbol. Dejaron su vehículo y se dirigieron a Azpeitia con el coche sustraído. Una vez tiroteado Uría, los etarras regresaron al alto de Itzíar, al lugar donde habían dejado el primer vehículo utilizado y donde habían abandonado al conductor del segundo coche, al que prendieron fuego para borrar huellas. Después, emprendieron la huida en el primer vehículo. El conductor del coche sustraído logró quitarse las ataduras y avisar a su madre, la propietaria del coche, que fue quien denunció los hechos a la Ertzaintza.La víctima no llevaba escolta, pese a que era consejero de la constructora Altuna y Uría, que trabajaba en las obras del trazado ferroviario del Tren de Alta Velocidad (TAV) entre Arrazua y Villareal de Álava, conocido popularmente como la Y vasca. En apenas dos años, las obras habían sufrido más de treinta ataques, además de tres atentados con bomba contra las empresas adjudicatarias de las obras, todos ellos reivindicados por ETA. La empresa de Ignacio Uría había sido saboteada en marzo de 2007, cuando varios vehículos aparecieron con las ruedas pinchadas, pintadas y los tubos de escape taponados.
A principios de enero de 2008, la banda asesina hizo un paralelismo entre el TAV y los proyectos de la central nuclear de Lemóniz –que dejó de construirse– y la autovía de Leizarán –que tuvo que modificar su trazado–. En ambos casos el Estado cedió ante el chantaje y el asesinato de la banda terrorista por lo que ésta no tuvo ninguna duda de que tendría que actuar igual con la construcción del TAV. Pocos meses después, el 18 de agosto, ETA envió un nuevo comunicado en el que amenazaba a las empresas que participaban en las infraestructuras de la línea ferroviaria vasca. En el mismo calificaba al TAV como un proyecto "ajeno a los intereses de Euskal Herria" y asumía la autoría de la colocación de las bombas dirigidas contra constructoras que participaban en las obras. "No ha habido derecho a decidir al respecto", aseguraba la banda terrorista, que acusaba al PNV de querer prorrogar sus ganancias a costa de "enterrar en cemento" el territorio por el que tendría que pasar la infraestructura ferroviaria. A la amenaza de ETA se había sumado, como en anteriores ocasiones, la izquierda proetarra, con constantes movilizaciones contra el proyecto que uniría por tren de alta velocidad las tres capitales vascas. Según fuentes policiales, el empresario asesinado, además, había recibido varias amenazas en los últimos años por no pagar el impuesto revolucionario.
Muchas veces se ha hablado de la indiferencia con la que la sociedad vasca ha tratado a las víctimas de ETA, pero en el caso del asesinato de Ignacio fue algo más que indiferencia. Sólo desde la óptica del miedo, que ha llevado a la anestesia de la sociedad, se puede entender que los amigos de Ignacio no suspendiesen su habitual partida de cartas. En una crónica de Miguel M. Ariztegi para El Mundo, acompañada con la foto del cadáver de Ignacio junto a otra de sus amigos jugando al tute, podíamos leer:
La cuadrilla no perdonó la partida de tute del miércoles. Dos balas impidieron que Ignacio, el más puntual de todos, se acomodara en su silla frente a la ventana y pidiese su café y su Farias. "Nunca traía mechero, así que si querías jugar con él tenías que traer fuego", comenta uno de sus habituales en una pausa. La cafetería Uranga se encuentra a 200 metros del lugar elegido por los asesinos para acabar con la vida de Ignacio, y el miércoles sus parroquianos continuaron con su rutina, con la única diferencia de que otro ocupó el lugar del asesinado (...)El ambiente de la cafetería oscila entre la resignación y el sordo resentimiento, pero son pocos los que se atreven a significarse, y mucho menos a acompañar su opinión con un nombre que la respalde. "Estas cosas joden porque no sólo destrozan una vida y una familia, sino la convivencia de todo un pueblo, porque aquí nos conocemos todos y no va a haber dios que se fíe de nadie, y menos la familia", comenta un atrevido desde la barra. Nadie le contesta. Ni le dan la razón ni se la quitan (...)"Hoy hemos empezado a jugar a las cuatro y media; antes hemos estado hablando de todo lo que ha pasado", comenta otro con las cartas en la mano, que previamente señalaba la silla donde se solía sentar el ausente. Será el miedo o será el manto de normalidad que cubre todo lo que termina por convertirse en habitual a fuerza de repetirse, pero ni siquiera sus compañeros de baraja se plantean los últimos porqués de la muerte de su amigo. Le recuerdan como si la muerte le hubiese sobrevenido por una catástrofe natural, o un fatal quiebro del destino (...)En la televisión de plasma de una esquina -única concesión tecnológica del local-, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, gesticula con semblante serio. El volumen está al mínimo y nadie le presta atención. Todos saben de sobra lo que ha ocurrido, pero no tienen ninguna intención de hablar de ello (...) (El Mundo, 4/12/2008).
El comité de empresa de Altuna y Uría no logró la condena unánime del asesinato, pues sólo siete de sus diez miembros, los del sindicato nacionalista ELA, rechazaron el crimen. Los tres miembros de LAB no apoyaron la condena. Sin embargo, al día siguiente del atentado cientos de trabajadores de la empresa se congregaron en la sede de Azpeitia bajo una pancarta de ELA que decía en euskera: "Porque somos nacionalistas y trabajadores, no estamos de acuerdo".
Ignacio Uría Mendizábal tenía 71 años, estaba casado con Manoli Aramendi y tenía cinco hijos, dos mujeres (María y Jaione) y tres varones (Íñigo, Iosu e Igor). Todos los que le conocían señalaron que era una persona con la que daba gusto convivir por su contagiosa alegría y buen humor, además de un incansable trabajador. Pese a su edad, seguía parcialmente activo en la empresa y se dedicaba por las mañanas a visitar personalmente las numerosas obras que esta compañía tenía adjudicadas en Guipúzcoa, departía con los jefes de obra y se interesaba y controlaba el estado de los trabajos.
La empresa fue fundada en los primeros años de la década de los 50 por su padre, Alejandro Uría, un albañil que "empezó de cero" y que procedía del caserío Azkune del barrio de Loyola, el mismo en el que se ubica la sede social de la compañía. Como señaló Luis Mendizábal, primo de Ignacio, el padre de la víctima, su tío Alejandro,
Era un hombre duro, enérgico y trabajador. Trabajo y más trabajo, lana eta lana, no había otro destino para aquellas personas que en el siglo pasado fueron capaces de dar un salto cualitativo tan fuerte como era pasar del mundo rural y baserritarra a la nueva sociedad industrial (El Correo, 4/12/2008).
Alejandro legó la empresa a sus tres hijos varones (Imanol, Ignacio y Luis Mari), aunque éstos compartían la propiedad con los tres hijos de Altuna, el socio de su padre. Veinte años antes del asesinato los tres hermanos Uría compraron su parte a los Altuna y se hicieron con el control total de la compañía, aunque no llegaron a cambiar la denominación, que continuó siendo Altuna y Uría. La empresa contaba en el momento del asesinato del empresario con casi cuatrocientos trabajadores en la plantilla.
Semanas después del atentado, en la Nochebuena de ese mismo año, la familia de Ignacio hizo público un comunicado en el que se leía:
Desde que nuestro marido y padre Inaxio no está con nosotros los días se nos hacen largos y las noches aún más. El 3 de diciembre ha quedado marcado con dolor y sufrimiento en el calendario de nuestras vidas. Los primeros días no teníamos fuerzas para decir nada y queremos agradecer a todos los que en aquellos duros días nos ofrecieron su ayuda y consuelo. Por ello, a todos, gracias de corazón. Por encima de todo, Inaxio, nuestro marido y padre, era una buena persona. Un hombre normal, humilde y trabajador. Siempre dispuesto a ayudar a quien lo necesitara. Nació y creció en el caserío Azkune donde, como todos los baserritarras, trabajó desde que era un niño junto con sus hermanos y hermanas. Poco a poco, entre todos consiguieron sacar adelante la empresa que fundó su padre y que hoy es reflejo de todos los esfuerzos y difíciles trances que tuvieron que superar.
Inaxio amaba a Euskal Herria. Él se sentía vasco y nacionalista y así nos lo manifestaba. Pero al parecer, eso no le era suficiente para poder vivir en libertad en su tierra. Los mismos que dicen que están en contra de las imposiciones que sufre Euskal Herria, le han quitado a nuestro marido y padre su derecho a vivir con dos cobardes disparos. ¿Cómo se puede estar en contra de las imposiciones y luego imponer una muerte que no tiene vuelta atrás? ¿No es ésta una clara prueba de hipocresía? ¿Es ésta la Euskal Herria que queremos los vascos? Las preguntas se revuelven en nuestro interior. Preguntas sin respuesta. ETA, ¿por qué, para qué y en nombre de quién habéis asesinado a Inaxio? ¿Es así como vais a liberar a Euskal Herría? ¿Echando piedras contra nuestro propio tejado? La mejor respuesta que nos podéis dar a nosotros y a todos los que aman a Euskal Herria sería acabar con toda esta violencia. Que la muerte de Inaxio sea la última. Que ninguna otra familia tenga que padecer el dolor que sufrimos nosotros.
También viven entre nosotros otros vascos que no han tenido la valentía de condenar este asesinato. Entre ellos, y sin ir más lejos, se encuentra el alcalde de Azpeitia y sus concejales, del mismo pueblo donde nacimos nosotros e Inaxio. Es muy grave que maten con dos disparos a un hijo de tu pueblo y no seas capaz ni de condenarlo. ¿Qué podemos decirles? Que ha llegado a Euskal Herria la hora de dejar atrás la cobardía; para todos, empezando desde los políticos hasta el ciudadano mas humilde. Poneos todos en nuestro lugar y tratad de encontrarle un sentido a todo esto. No lo vais a encontrar, porque no lo tiene. Ya es hora de que cada uno deje sus intereses particulares a un lado y que nos unamos todos. Ese será el mejor favor que podemos hacer a nuestro país. Ésa es la única manera para que todos podamos vivir en libertad. Aunque lo intentemos, no podemos entender cuál fue para los terroristas el mal que pudo haber hecho nuestro padre. ¿El haber participado en las obras del TAV? ¿El ser empresario? ¿Es ése el pecado que le ha condenado a morir? ¿Quién decide quiénes son los culpables en nuestro país? ¿Quién ha firmado la sentencia antes de celebrar el juicio?: ETA. El pueblo vasco ya ha sufrido con anterioridad la cruel represión fascista y ahora ETA está haciendo lo mismo. Con dos cobardes disparos deciden todo lo que afecta a Euskal Herria. ¿Para conseguir qué? Destrozar a una familia y para hundir más todavía a este pueblo. Nosotros no sabemos hacer política, no somos políticos. Ni somos ideólogos ni filósofos. Nuestras palabras no cambiarán este mundo pero no quisiéramos que la muerte de Inaxio sea un nombre más de una ya larga lista. La gente olvidará todo esto y el mundo seguirá girando, lo sabemos. Pero estamos seguros de que si cada uno hiciera, junto con nosotros, una pequeña reflexión, este pueblo sufriría un poco menos. Por último, nos queda decirles a aquellos que no condenan este asesinato que no sigan tratando de justificar lo injustificable en nombre de la libertad de nuestro pueblo.
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Es fundamental recordar y honrar a todas las personas que perdieron la vida o resultaron afectadas por los actos violentos perpetrados por ETA. Cada una de estas víctimas merece nuestro respeto y solidaridad.