A las 10:30 horas del 25 de octubre de 1986, la banda terrorista ETA asesinaba en San Sebastián al general de Brigada RAFAEL GARRIDO GIL, gobernador militar de Guipúzcoa, a su esposa, DANIELA VELASCO DOMÍNGUEZ DE VIDAURRETA, y al menor de sus seis hijos, DANIEL GARRIDO VELASCO.
El atentado fue cometido en el centro de San Sebastián. El gobernador y su familia circulaban en el coche oficial, con un soldado conductor. Al pararse el vehículo en un semáforo en rojo, los terroristas Rafael Etxebeste Garmendia (según otras versiones era José Antonio López Ruiz, Kubati) y José Miguel Latasa Guetaria, alias Fermín, a bordo de una moto de gran cilindrada, se colocaron a la altura del coche oficial. Etxebeste adhirió un artefacto explosivo, compuesto por dos kilos de explosivo y metralla, sobre el techo del vehículo. El explosivo estaba dentro de una cazuela y esta, a su vez, dentro de una bolsa de plástico que llevaba un imán para que se quedase adherido al techo. A los pocos segundos, y mientras los terroristas huían del lugar de los hechos, la bomba estalló matando en el acto a Rafael, al que la explosión decapitó, y a su mujer Daniela. Su hijo Daniel fue trasladado rápidamente a la residencia sanitaria Nuestra Señora de Aránzazu, falleciendo a los pocos minutos de ser ingresado.
El vehículo quedó totalmente destrozado por la detonación y convertido en un amasijo de chatarra. En un radio de unos cuarenta metros quedaron esparcidos los cristales de viviendas y establecimientos próximos al suceso que fueron rotos por la onda expansiva. El soldado conductor, Norberto Jesús Cebrer Lozano, sufrió quemaduras graves y fue también trasladado a la residencia sanitaria Nuestra Señora de Aránzazu. Durante casi dos horas se difundió equivocadamente la noticia de que el soldado conductor había muerto. En realidad presentaba shock traumático, contusiones, heridas diversas por objetos punzantes y quemaduras de segundo grado, según el parte médico difundido por el centro sanitario. Resultaron heridos numerosos transeúntes, entre ellos María José Teixera Gonçalves, que tuvo que ser intervenida quirúrgicamente durante cinco horas y precisó una transfusión de diecisiete litros de sangre. A pesar de todos los esfuerzos por salvar su vida fallecería dieciséis días después, el 11 de noviembre. También resultaron heridos graves: Pilar Calahorra Escalada, que fue dada de alta 505 días después pero padeció secuelas irreversibles el resto de su vida; María Mendiola Zubiarrain, que estuvo cuarenta días hospitalizada; José Julio Bilbao Ariño y su hijo de dos años, Ander Bilbao Goñi, que precisaron asistencia médica durante treinta días, igual que María Dolores Cortázar Lorente; María Asunción Ramírez Sáenz de Murrieta y Juan Dornaleteche Vergara estuvieron quince días hospitalizados. Otros cuatro civiles sufrieron heridas de menor consideración: Argi Iriarte Manajares, Hugo y Alejandro Lesaca Imaz, y Juana Alonso Galarreta.
Las escenas tras el atentado eran dantescas. Tras los primeros momentos de confusión la gente fue acercándose poco a poco hasta el lugar. Desde un comercio de telas situado frente al lugar del atentado se sacaron metros de tela blanca para proceder a los primeros auxilios de los heridos, al tiempo que uno de los empleados llamaba a las ambulancias. La cajera del citado establecimiento indicó: "salí a auxiliar a un niño pequeño que tenía una herida en un brazo. Una señora entró pidiendo auxilio y tela blanca. Entonces se encargaron de hacer torniquetes a algunos de los heridos que se encontraban tirados sobre el suelo". Una hora más tarde los testigos del atentado eran incapaces de relatar lo que habían sentido. "Sólo sé que después de caernos salimos corriendo a la calle y sobre la acera se encontraba una señora y una joven con un gran boquete en la espalda".
Entre las primeras personas que acudieron al lugar del atentado estaba el hijo mayor del matrimonio, Fernando Garrido, montañero profesional que recientemente había batido el récord de estancia en solitario en alta montaña tras permanecer sesenta y seis días en la cima de Aconcagua. Fernando estuvo a punto de ir ese día con sus padres y su hermano Daniel: "ahora no estaría contando esta experiencia. Bueno, les despedí y subiendo las escaleras oí el bombazo. Intuí lo que había pasado y bajé y lo vi todo" recordó en unas jornadas de Gesto por la Paz.
Las sirenas se oían por toda la ciudad y las ambulancias llegaron a los pocos instantes al lugar de los hechos. El juez de guardia ordenó a mediodía el levantamiento del cadáver del gobernador militar de Guipúzcoa, que quedó sobre el césped cubierto con un paño verde. El cadáver de su esposa, Daniela Velasco, no pudo ser extraído del automóvil, que fue levantado y trasladado por una grúa.
El general Rafael Garrido viajaba sin la escolta policial que tenía asignada porque "quería disfrutar de cierta libertad de movimiento", según informaron fuentes oficiales. Al parecer, la familia tenía previsto salir de excursión al Pirineo navarro. El vehículo oficial, un Peugeot 505 estaba blindado, salvo en el techo.
Esa misma tarde, la banda asesina asumió el atentado en un comunicado enviado a diversos medios de comunicación vascos. Los asesinos lamentaban la muerte de la mujer y el hijo del general y la existencia de heridos civiles, pero señalaban que seguirían sus acciones mientras no se produjese una negociación política basada en la Alternativa KAS. La moto utilizada para cometer el atentado, una Kawasaki matriculada en Barcelona, fue localizada por la noche en un aparcamiento de San Sebastián.
La capilla ardiente por la familia Garrido quedó instalada en el Gobierno Militar de San Sebastián, a menos de quinientos metros del lugar donde se produjo el atentado. Los féretros que contenían los restos de los tres fallecidos se cubrieron con la bandera nacional y junto a ellos se depositaron más de cuarenta coronas de flores. El ministro de Defensa, Narcís Serra, visitó al atardecer la capilla ardiente. Serra llegó a la capital guipuzcoana a primera hora de la tarde acompañado por el Jefe del Estado Mayor del Ejército, teniente general Sáenz de Tejada. Tras expresar su pésame a los familiares que se encontraban en la capilla, el ministro, en una improvisada conferencia de prensa, indicó que era necesario reaccionar con firmeza ante este tipo de actos y que "no se puede negociar con alguien que es capaz de matar de esta manera". Serra afirmó que el general Garrido era un amigo de los vascos y que pidió expresamente ser destinado a San Sebastián. El lehendakari José Antonio Ardanza también visitó la capilla ardiente. Ardanza dio el pésame a los familiares de las víctimas y permaneció durante unos minutos en silencio ante los féretros. El lehendakari intercambió unas palabras con Narcís Serra, con quien coincidió en el Gobierno Militar, y se negó a hacer declaraciones a los medios de comunicación.
Los funerales por las víctimas se oficiaron al día siguiente, 26 de octubre, a las once de la mañana en la Basílica de Santa María de San Sebastián. El general Garrido, su esposa y su hijo fueron enterrados por la tarde de ese mismo día en el cementerio de Jaca (Huesca) por deseo expreso de sus familiares, al ser un lugar al que la familia Garrido-Velasco estaba muy unida.
El atentado fue perpetrado el día en que se conmemoraba el séptimo aniversario de la aprobación del Estatuto de Autonomía del País Vasco y un día después de que el Gobierno aprobase una amplia reorganización del Ministerio de Interior. Felipe González, presidente del Gobierno, calificó el atentado de "respuesta absolutamente fulminante al llamamiento a la paz efectuado por los obispos", y aseguró que no se puede negociar con los terroristas. Manuel Fraga, presidente de Alianza Popular, acusó al Gobierno, al Ministerio de Interior y a "ciertas fuerzas políticas vascas" de tener una "responsabilidad grave en lo que está pasando". El alcalde peneuvista de San Sebastián, Ramón Labayen, dijo que Rafael Garrido "era un militar muy culto, un gran melómano y un demócrata que aceptaba la realidad de este país con todas sus consecuencias" (El País, 26/10/1986). Era el segundo gobernador militar de Guipúzcoa asesinado por la banda terrorista. El 23 de septiembre de 1979 el general Lorenzo González-Vallés era abatido por un tiro en la sien mientras caminaba con su mujer y su hijo por el paseo de La Concha de la capital donostiarra.
El atentado contra la familia Garrido-Velasco fue cometido por miembros del grupo Goyerri-Costa de ETA cuando formaban parte del mismo José Antonio López Ruiz, Kubati, y José Miguel Latasa Guetaria, Fermín, autores también, entre otros, del asesinato de María Dolores González Cataraín, Yoyes, en presencia de su hijo de tres años. En 1991 la Audiencia Nacional condenó a Kubati y Fermín a sendas penas de 30 años de reclusión como responsables de un delito de atentado en concurso ideal con un delito de asesinato; a 29 años de reclusión mayor por tres delitos de asesinato, y a 19 años de reclusión menor por un delito de asesinato en grado de frustración. Doce años después, en 2003, la Audiencia Nacional condenaba a Santiago Arrospide Sarasola, Santi Potros, como autor de cuatro delitos de asesinato a la pena de 30 años de reclusión mayor por cada uno de ellos, y a 24 años de reclusión menor por un delito de asesinato frustrado. Tal y como declaró en la sala Latasa Guetaria, que en 1994 se desvinculó de ETA, Santi Potros ordenó y financió el atentado contra el gobernador militar de Guipúzcoa. "Era el máximo dirigente [de ETA] en cuanto a [señalar los] objetivos" terroristas.
Latasa Guetaria agregó que él sirvió de correo entre Santi Potros y los que cometieron el atentado, por lo que puede asegurar que fue él quien dio las órdenes y proporcionó los medios necesarios para cometer el atentado. El exterrorista reconoció que él condujo la moto, mientras Rafael Etxebeste -fallecido en agosto de 1987 carbonizado mientras preparaba un coche-bomba para cometer un atentado contra las Fuerzas de Seguridad-, que iba de paquete, colocó la bomba sobre el coche del militar". Sin embargo, otras versiones hablaron de que en la moto iban Latasa Guetaria y López Ruiz, y que fue el primero el que adhirió la bomba en el techo del vehículo. Quizás Latasa Guetaria, pese a que supuestamente había abandonado la banda, quiso hacer con su declaración un favor a Kubati, cargando la responsabilidad a Etxebeste que, a fin de cuentas, estaba ya muerto.
Rafael Garrido Gil tenía 59 años cuando fue asesinado. Era natural de Zaragoza y llevaba un año ejerciendo el cargo de gobernador militar de Guipúzcoa. Diplomado de Estado Mayor, tropas de montaña y carros de combate, estuvo destinado anteriormente en la Escuela Militar y de Operaciones Especiales en Jaca y en la Agregaduría Militar de la Embajada española en Bonn. Estaba casado con Daniela Velasco, también asesinada en el mismo atentado, así como el pequeño de sus seis hijos, Daniel. Uno de sus alumnos, el coronel de Infantería José Antonio Crespo-Francés, colaborador del programa Sin Complejos de esRadio, recuerda así al general Garrido Gil en una semblanza enviada a Libertad Digital bajo el título "El día que me arrancaron algo del alma", dirigida a Rafael Garrido Gil "allá donde está":
Recuerdo cuando contaba poco más de 16 años con mi COU recién acabado y, lleno de ilusión, había comenzado mi carrera. Por las tardes nos enseñabas de forma práctica la técnica de cómo caminar en montaña, "andar como un viejo para llegar como un joven", y nos transmitías la pasión por la Naturaleza, el amor por la montaña y la vida al aire libre, algo que se notaba habías infundido a tu hijo Fernando, quien luego coronaría el Aconcagua en solitario. Nos hiciste anhelar las jornadas que pasaríamos en primavera en Batiellas, cerca de Jaca, en las que todas las estaciones pasaron en quince días: sol abrasador, viento, granizo, tanta lluvia, ventisca, nieve y más sol abrasador, todo enmarcado en uno de los paisajes más bellos de España. Y digo tanta lluvia como que un día al llegar al campamento "todo" se lo había llevado el agua unos quinientos metros ladera abajo. Empapados en sudor y agua tuvimos que rehacer el campamento, y en ningún momento nos faltó tu voz calmada, tus palabras de ánimo y tu amplia sonrisa. En tus palabras se veía la oración dando gracias al Creador por aquel espectáculo que estábamos contemplando, ajenos al sudor, las ampollas y al agotamiento después de haber dado una vuelta al horizonte. Recuerdo que nunca marcabas distancias. Después del trabajo te gustaba charlar con la gente y jamás, jamás faltaba una sonrisa tuya para rematar cualquier lección. Y aunque fueras un Montaigne reencarnado eso no quiere decir que, dada la carrera para la que nos preparábamos, no faltaran los momentos de dureza y estrés propios de la misma. Tanto y tal fue tu ejemplo que muchos decidimos seguir tus pasos, y a los pocos años nos vimos en aquel mismo lugar transmitiendo nuestros conocimientos, pero también enseñando a amar la montaña. Ciertamente dejamos en el Pirineo los mejores momentos de nuestra vida profesional. Años más tarde mis padres, que deambulaban por el Camino de Santiago alemán después de recorrerse andando toda la costa de Noruega, se encontraron contigo. Tal como te describieron no habías cambiado y seguías transmitiendo pasión por la montaña. Querido profesor: han pasado muchos años desde aquel angustioso sábado 25 de octubre en el que podríamos habernos encontrado en cualquier bosque caducifolio de Navarra, pues a todos tus alumnos nos dijiste en aquella primavera de los 70, y lo recuerdo de forma indeleble, ‘que deberíamos volver en otoño al Pirineo’, y en concreto a la selva de Irati, pues si aquellos atardeceres eran espectaculares deberíamos contemplar el fuego del otoño reflejado en la gama de colores del bosque de hayas, el más meridional de esa especie en Europa. Cuando aquel sábado 25 de octubre oí la noticia, mi vista se nubló, mi mente recordó el olor acre del ambiente tras una explosión y mi boca sólo sabía a sangre. No podía ni quería imaginar ese brutal momento en que esos seres peores que animales que jamás sabrían ni sabrán lo que es el amor a Dios, a la gente, y a la Naturaleza, tres cosas que tú amabas profundamente, te arrancaron la vida, junto a tu esposa y tu hijo menor. Los que te conocíamos, cuando oímos la noticia sabíamos dónde te dirigías aquel sábado 25 de octubre: ibas a contemplar la luz de otoño del bosque de hayas de Navarra. Al menos a los creyentes nos queda el consuelo, si hay consuelo posible para una pérdida tan tremenda, de que Dios os acogió y contemplasteis la luz, más bella que la de cualquier "indian summer". No voy a hacer recuerdo de tu impecable y brillante hoja de servicios, sólo del ser humano tan maravilloso que me enseñó, en la línea de mis padres, a amar a Dios a través de la Naturaleza, a enamorarme de sus colores, de sus estaciones... Cuando cada otoño vuelvo por las tierras de Roncal, Ochagavía e Isaba, ya sea a buscar setas o arañones para hacer mi pacharán casero, me gusta pararme un rato en el collado de Laza y mirar abajo hacia el embalse de Irabia, dedicarte una oración y hablarle a mis hijos para que se llenen de esa luz, de esos colores amarillos, pardos y rojizos en todas sus tonalidades que todo lo invaden. Mi general, un fuerte abrazo. Gracias por tu sonrisa allá dónde estás. (José Antonio Crespo-Francés, coronel de Infantería, 18/01/2011).
Daniel Garrido Velasco tenía 18 años. Cuando fue asesinado junto a sus padres estudiaba Magisterio y euskera en San Sebastián. En 2003 el Ayuntamiento de la capital donostiarra concedió la Medalla de Oro de la ciudad a las víctimas del terrorismo "en memoria y como muestra de solidaridad y reconocimiento". El Foro Municipal de Víctimas eligió a los hermanos de Daniel, Fernando e Ignacio Garrido Velasco para recoger la distinción en representación de todos los familiares de las víctimas.
Daniela Velasco Domínguez de Vidaurreta, ama de casa de 57 años, era natural de Sangüesa (Navarra). Fue asesinada por ETA junto a su marido y su hijo menor. Cristina Cuesta contó en su libro Contra el olvido (Temas de Hoy, 2000) cómo durante mucho tiempo una pintada ofensiva e infame, como infames son los asesinos de la banda y todos aquellos que los apoyan, presidió el Aula Magna de la Facultad de Filosofía de la Universidad de San Sebastián. En ella se podía leer: "La familia Garrido se fue como el humo de las velas". Silverio Velasco, hermano de Daniela, actualmente vicepresidente de Covite (Colectivo de Víctimas del País Vasco), también dejó su testimonio en el libro de Cristina Cuesta. Por aquella época Silverio era profesor en un instituto de San Sebastián y guarda un buen recuerdo de cómo se portaron sus colegas. Sin embargo, tuvo que vivir algún episodio desagradable con sus alumnos: "Tenía alumnos de Jarrai, de esos que nunca criticaban a ETA, y vi gestos de risa, e incluso cortes de mangas, eso lo vi. Me indignó y también me sorprendió porque era lo último que esperaba de mis alumnos" (Cristina Cuesta, Contra el olvido, Temas de Hoy, 2000).
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Es fundamental recordar y honrar a todas las personas que perdieron la vida o resultaron afectadas por los actos violentos perpetrados por ETA. Cada una de estas víctimas merece nuestro respeto y solidaridad.