domingo, 10 de enero de 1988

José Carlos Marrero Sanabria

El 10 de enero de 1988 se suicida en un centro psiquiátrico de Las Palmas de Gran Canaria el guardia civil JOSE CARLOS MARRERO SANABRIA. Diecinueve meses antes, el 28 de junio de 1986, José Carlos había resultado gravemente herido en un atentado contra los Grupos Antiterroristas Rurales de la Guardia Civil en Zarauz (Guipúzcoa). En el atentado falleció en el acto su compañero Francisco Muriel Muñoz y el agente Marrero Sanabria sufrió una insuficiencia respiratoria y un shock traumático que le provocaron una grave lesión cerebral. Debido a las secuelas que le dejó la lesión cerebral fue  ingresado en un centro psiquiátrico de Las Palmas de Gran Canaria, de donde era natural.
El 10 de enero de 1988, aprovechando la visita que le hacía un compañero guardia civil, le arrebató la pistola reglamentaria y se suicidó de un tiro en la boca. "Estaba muy mal. Quedó en muy malas condiciones y no pudo superarlo", recordaba años después su madre Rita María Sanabria.
En 1989 la Audiencia Nacional condenó a José María Pérez Díaz y a José Antonio López Ruiz, alias Kubati, a sendas penas de 197 años como autores materiales del atentado. En el mismo fallo fue condenada Begoña Uzcudun Echenagusia, como autora en grado de encubrimiento. En 1993 fue condenado José Ignacio Urdiain Ciriza y en 1999 Miguel Azcue Berasaluce, ambos como autores materiales y a las mismas penas que Pérez Díaz y López Ruiz. Begoña Uzcudun quedó libre en enero de 2006, cuando su excarcelación estaba prevista para 2008, beneficiada por la redención de condenas unos meses antes de que se empezase a aplicar la llamada doctrina Parot. A José Antonio López Ruiz, Kubati, y José Ignacio Urdiain Ciriza sí se les ha aplicado la doctrina Parot, y no saldrán de prisión hasta 2017 y 2019 respectivamente.
José Carlos Marrero Sanabria tenía 28 años. Era muy deportista, intrépido y amante de la naturaleza. Se había preparado en la academia de Úbeda (Jaén) y, con 23 años, ingresó en la Guardia Civil, donde su carrera fue imparable. Sus compañeros lo recuerdan como un hombre muy preparado, dispuesto desde el primer momento a dar su vida para acabar con el terrorismo etarra. Su forma de ser abierta y extravertida le había permitido granjearse la amistad de muchos de los residentes en los caseríos del País Vasco.

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